top of page
Buscar

Arashi

  • Foto del escritor: Steff Acosta Pitta
    Steff Acosta Pitta
  • 26 jun
  • 7 Min. de lectura

Hace un par de meses me enfrasqué en la redacción de un nuevo cuento que aún no tiene final. El eje principal de ese relato es el acto de caminar y el motor principal e inspiración no eres tú, sino otro ser a través del cual intento crear una conexión con lo humano. Siempre creí que cuando me dispusiera escribir algo sobre animales, los de tu especie serían el tema principal. Cualquiera que me conozca un poco sabe de mi fijación con los conejos. Lo que es como tú se encuentra en todos los rincones de mi departamento. En los cuadros, en las figurillas de la sala, en el logo de la escuela que fundé, en los accesorios y prendas que uso todos los días.


 No obstante, por alguna razón no había logrado escribir nada sobre ti más allá de unas cuantas líneas por motivo de tu cumpleaños hasta que me tomé en serio la idea de que nuestro carácter personalidad son muy parecidos. Después de todo comparto más rasgos de mi humanidad en ti que con cualquier otro ser vivo. Sé que suena exagerado, pues ambos somos mamíferos y punto, pero tu comportamiento en ocasiones me parece una calca de mis hábitos, de mi forma de relacionarme con el entorno y hasta de mis propias emociones.


A veces, cuando te veo interactuar cauteloso con otras personas, visualizándolas desde una distancia prudente para alejarte rápidamente ante la menor amenaza, al marcar tu territorio orinando debajo de las camas (una nueva costumbre que me está costando erradicar), enfurruñarte porque ordeno tu espacio, la forma en la que me das la espalda después de tomar tus premios de avena, salir disparado ante las caricias; en resumen, cuando las personas nos convertimos en objeto de tu afanoso rechazo, me sorprende la gracia que eso provoca en los demás.


Tu carácter provoca reacciones contrarias a las que yo suelo generar cuando me comporto de manera similar porque nadie soltaría una carcajada, esbozaría una sonrisa comprensiva ante mi aislamiento voluntario ni respondería a mi falta de reciprocidad afectiva, a mi enfado o a mi necedad por hacer todo de la forma en que creo correcto, con una sonrisa todo el tiempo.


A casi nadie le parece adorable la frialdad, el silencio prolongado, una actitud voluntariosa o excesivamente caprichosa en las personas, pero existe algo de superior en lo no-humanos que justifica todo lo anterior y más. No me gusta llamarte animal o mascota para marcar la diferencia entre tú y un ser humano, así que los términos “criatura” o “ser natural” me vienen bien para lo que intento decirte.


Gracias a esa diferencia las personas somos capaces de perdonarles todo, de aceptar todo lo que provenga de los seres naturales. Al menos yo, de súbito, me vuelvo más comprensiva, más paciente y tolerante si se trata de ti. Intento enfadarme y castigarte cuando orinas por doquier pero no me sale. Desisto al cabo de un rato y hasta pareciera que te recompenso cuando te ofrezco un plátano.


Arashi... no sé cómo decirlo de una mejor manera, pero pienso en ti, te contemplo a ti, y absolutamente todo lo grosero me resulta encantador, lo ordinario se transforma en extraordinario, lo feo me parece hermoso. Si los seres humanos nos tratáramos más como a las criaturas que adoramos a lo mejor no estaríamos tan tristes, tan enojados y ansiosos por acabar con los demás o con nosotros mismos.


Al estar contigo hasta lo asqueroso se vuelve muy natural, como cuando te comes tus cecótrofos (tus caquitas frescas y aguadas, recién expulsadas). Sé que eso puede resultar impactante para cualquiera que no esté familiarizado con los beneficios nutricionales de esta práctica común de tu especie. Yo jamás podría comerme mi propia mierda, por ejemplo, pero entiendo que tú sí y me siento tranquila de saber que aún bajo las condiciones limitadas que soy capaz de ofrecerte, tú vives bajo tus propios instintos, como cualquier otro conejo.


En ocasiones me pregunto si tu naturaleza poco sociable es así o simplemente te hice a mi manera a través de nuestra convivencia, tampoco he procurado que interactúes con otros conejos (principalmente porque no me gustaría separarte de ellos si llegaras a aceptarlos y en este momento no me resulta posible). No te llevo al parque ni has hecho un agujero en la tierra mojada ni una sola vez en toda tu vida. A diferencia de Yukio, quien vivía como un conejo salvaje y odiaba las jaulas, yo te he criado a ti de una forma completamente opuesta, sedentaria, con la que ni siquiera sé si estás de acuerdo.


Por supuesto, sé que puedo construirte esa posibilidad de disfrutar tu ser con mayor plenitud:  llenarte una tina de tierra y dejar que te revuelques en ella todo lo que quieras, o permitir que la lluvia te empape un poco el pelaje de vez en cuando si te dejo salir,  ponerte un tapete de pasto falso en el pequeño patio para que el aire te refresque o incluso llevarte un día a una granja de verdad, parecida a la granja de donde viniste tú, para que acicales o te dejes acicalar por otros conejos. Sin embargo, no dejo de pensar en que notarías la prefabricación, la artificialidad que existe detrás, esa falsa naturalización del entorno, lo mucho que fuerzo las cosas para que seas feliz, y no sé si lo terminarías rechazando todo como alguna vez lo hice yo.


Después de todo a mí también me sacaron de un entorno natural, de mi propia granjita, ahí de donde nací y pasé los primeros años de mi vida. En un nuevo ambiente mi madre se esforzó muchísimo por hacerme sentir segura, querida y parte de un algo más grande que yo, pero nunca me sentí pertenecer. No es culpa suya ni de nadie, pero por eso me aterra pensar que mis esfuerzos por demostrarte mi amor a ti o los demás provoquen la misma sensación de insatisfacción, de resignación, o de incompletitud.


Como la sensación de tocar algo por encima de una capa de plástico y sentirse obligado a decir que la superficie es suave y calientita. La necesidad de mentir para no herir. Yo a ti te miro y siento que no me mientes para nada. Te enojas cuando te quieres enojar, te aíslas cuando te quieres aislar y te acercas o te dejas rozar con la yema de los dedos cuando estás de ánimo. Si no es bajo tus condiciones, siempre te escaparás de mis brazos. Como si con cada huida me dijeras

 

“No seas ambiciosa. Confórmate con este amor si tu deseo es tenerme cerca. Acepta esto que soy yo y acepta lo que te quiero dar. Yo te amaré a mi manera, Estefanía, nunca como tú esperas que te ame. Tú tampoco me amas a mí como quisiera, pero mírame, estoy aquí. Solo vine a este mundo a ser yo mismo, y tú también”.

 

Todo esto me lo invento en mi cabeza, pero me hace sentir bien. Es la clase de franqueza con la que me gustaría vivir todos los días de mi vida, me ayuda a apoyar bien los pies sobre la tierra y abandonar esos pensamientos infantiles y egocéntricos de que nací para ser complacida, hacer lo que me plazca y desechar todo lo que me disguste o sentirme amada por mis defectos y no a pesar de ellos. En ocasiones bromeo y digo que tú eres quien se porta así, aunque no es mentira que ambos tenemos complejo de dios.


No nos gusta que nos digan cómo vivir, despreciamos la autoridad, aborrecemos las reglas y las convenciones que existen solo porque sí, y nos sentimos por encima del bien y del mal con la excusa de haber sido escupidos a la vida sin preguntarnos si en serio queríamos estar aquí. Aunque de lo último no estoy segura, me gusta pensar que tú también sientes enfado algunas veces por existir en circunstancias que no elegiste, y porque no me gusta creer que los demás seres naturales no tienen emociones o pensamientos “complejos” o de rechazo como las personas. La idea de que solo un ser humano pueda entender mi amargura me hace sentir muy sola en este mundo.  


Tú eres de lejos la criatura viviente que más tiempo ha permanecido a mi lado, coexistiendo bajo el mismo techo. Fuiste mi elección. Por eso los conejos son seres naturales tan especiales para mí. Te elegí, así como elegí a Yukio en aquel juego de feria. No fuiste un obsequio de Navidad, tampoco una responsabilidad que asumí porque alguien más no pudiera hacerse cargo de ti. Tampoco apareciste de casualidad en mi puerta. No te abandonaron.


A veces me siento culpable porque fui yo quien te arranqué de tus padres, de tus hermanos. Pagué por ti. Eres producto de la extendida demanda de conejos enanos, fuiste modificado genéticamente para quedarte así de pequeñito y lucir adorable el resto de tu vida con fines estéticos que solo corresponden al deseo constante del ser humano por no aceptar las cosas del mundo tal y como son. Soy una perturbación en tu vida, pero me hacías mucha falta. Por eso estás aquí conmigo. Es gracioso porque a veces pienso que llegué de la misma manera a este mundo, porque a alguien le hacía falta y eso perturbó mi inexistencia. No lo sé. Lo único que tengo claro es que estos últimos cuatro años me has acompañado a través de todas mis transformaciones y de esta pequeña pero siempre latente soledad.


Hay muchas razones por las cuales siento un gran amor por ti, pero una en especial me parece fascinante. Cuando contemplas muy de cerca el fuego de la chimenea, completamente inmóvil y con el riesgo de que una chispa caiga sobre ti, me acuerdo del mito del Conejo de la Luna. Hay muchas versiones, pero una de ellas corresponde a cuando Buda reencarna en un conejo y convive con un mono, una nutria y un chacal. El dios Sákra pone a prueba su virtud y les pide que entreguen un tributo digno de cada especie. Mientras que el mono ofrece frutas, la nutria peces y el chacal algunos productos robados de una casa, el conejo, avergonzado por solo ser capaz de conseguir unas cuantas hierbas, toma la decisión de ofrecer su propio cuerpo al fuego de Sákra.  Éste, conmovido por el acto de sacrificio del conejo, lo detiene y decide honrarlo dibujando su silueta en la luna para ser recordado por siempre. Es una historia sobre la compasión y el sacrificio.


A pesar de todo, yo no creo que tú o yo hayamos venido al mundo para sacrificarnos ni compadecernos por nuestras vidas, así que cuando me parece que observas el fuego crepitar, ansioso por arrojarte al calor avasallador y lograr sentir algo, algo de verdad, imagino que eres un alma milenaria que anhela fusionarse con lo divino, aunque eso implique tu destrucción.


 Y en esos momentos me pareces la criatura más hermosa del mundo.



 
 
 

Comments


Suscríbete para enterarte de mis últimos escritos

¡Muchas gracias por leerme!

Relatos con aroma de café por Innersteff (2021)

  • Facebook
  • Twitter
bottom of page