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El huevo es el mundo

  • Foto del escritor: Steff Acosta Pitta
    Steff Acosta Pitta
  • 3 ago 2021
  • 8 Min. de lectura

Actualizado: 10 sept 2021



“El pájaro rompe el cascarón.

El huevo es el mundo.

El que quiere nacer

tiene que romper

un mundo.”

-"Demian", Hermann Hesse (1919)



Dentro de este pequeño espacio lo único que llega a mis oídos es el ruido acompasado de las olas del mar. Me resulta complicado entender las cosas del exterior y es por eso que permanezco dentro de mi refugio todo el tiempo, sin apenas asomar la cabeza por temor a no ser capaz de poder con todo eso, con el ritmo de “los otros”, y desfallecer en algún lugar abandonado, donde nadie pueda encontrarme ni mucho menos acordarse de mí.


Si pudiera permanecer para siempre en este sitio las cosas serían más sencillas. Gracias a una fuerza superior estoy sano y fuerte, y de alguna parte emana un dulce calor a mi cuerpo como si alguien estuviera velando por mí aunque he decidido no presentarme allá afuera. A veces imagino que en el exterior debe desplegarse un paisaje maravilloso pero aún no me animo a descubrirlo. Lo único seguro e impenetrable es esta habitación blanca donde apenas cabe un solo ser y me siento a gusto. Sí, estoy a gusto y feliz. Es sólo que por momentos la curiosidad me quema, me pregunto si no me estaré engañando a mí mismo y estoy poniendo excusas a una libertad añorada por ser yo muy cobarde.


Afuera seguro que “los otros” son muy valientes. Se enfrentan a situaciones límite todos los días pero sonríen porque ya lo saben todo, ya lo conocen todo. Tal vez se arrojan a las olas porque saben bien que vale la pena el riesgo. Sí, eso debe ser. El exterior está lleno de peligros y belleza por igual. Yo solamente me pregunto si mi casa va a resistir lo suficiente, si yo voy a resistir lo suficiente. Aquí o allá siempre voy a sentirme solo y desesperado. La parte más difícil de continuar de esta manera es tener muchas ganas de vivir y no concretar absolutamente nada.


Mis miedos comenzaron desde que ella me dijo que el mundo de afuera es complicado y bestial, y que necesitaría de todas mis fuerzas e inteligencia para sobrevivir en un ambiente tan salvaje. Sumado a todo esto, se encontraba mi debilidad especial, aquella con la que los otros no contaban y que disminuía mis probabilidades de supervivencia.


Qué mala suerte, pensé para mí cuando ella me dijo que uno de mis brazos es más débil que el otro y me costaría trabajo escapar cuando llegara el momento. Al decírmelo, su voz fue dulce y se disculpó entre sollozos. Seguramente quería brindarme la mejor vida pero eso no fue posible. Por si fuera poco sabía que pronto estaría completamente solo. Así es la vida, debo aceptarlo. Hay momentos en los que asumo muy tranquilo esta verdad y ocasiones en las que enloquezco pensando cuán desafortunado soy ante Dios y ante el mundo.


Al final, respiro hondo y me calmo. Pienso que la vida nunca ha ido sencilla para nadie y que cada quien lleva consigo una carga diferente pero igualmente pesada. Como no me asomo ni de broma, apenas y soy consciente del paso de los días y las noches. La claridad y la oscuridad que se proyectan a través de mis paredes blancas es lo único que me brinda señales de que el tiempo transcurre, y de que, eventualmente, mi tiempo aquí está por terminar. Como si de una bomba de tiempo se tratase, mi permanencia en esta habitación está limitada por cuestiones naturales. Tal vez es por eso que se me dificulta tanto enfrentarme a lo que existe afuera.


De vez en cuando caigo en un sueño profundo y terrible en el que me arrojan al mundo así nada más y lo pierdo todo en un instante. Con todo me refiero a mí mismo porque en este mundo tan reducido no puedo hablar de pertenencias todavía. El único ser con el que sentía una conexión poderosa es ella pero ha desaparecido y no volverá jamás. Maldigo el hecho de que algún día tenemos que separarnos de aquellos que representan nuestro mundo y que jugamos a ser fugitivos y solitarios de vez en cuando. En el futuro lo más probable es que yo también abandone a los que me necesitan y no sienta remordimiento alguno. Sólo que al estar del lado del abandonado, se me encoje el corazón y pienso en no volverme nunca un fugitivo. Este deseo es muy fuerte pero debe desaparecer con el tiempo. Al salir de aquí tan sólo me pregunto si seré capaz de formar un vínculo con alguien más y sentir que las cosas valen la pena otra vez.


Ya falta muy poco para abandonar este espacio y estoy muy asustado. Cierro los ojos por las noches esperando perderme en un sueño interminable y morir antes de nacer. No ocurre. Es inevitable. Una mañana noto una pequeña grieta en mi habitación que se vuelve cada vez más grande. Mi cuerpo es demasiado voluminoso y el hogar que me acogió comienza a expulsarme. Las grietas en las paredes blancas revelan unos destellos dorados, una luz de gran intensidad. Mis ojos se cierran de inmediato, pues no están acostumbrados más que a los tonos más tenues y a la suavidad de la penumbra.


El momento ha llegado. Muevo temblorosos mis brazos hacia el exterior con todas mis fuerzas, rompiendo mi cálida prisión, dubitativo al principio, pero decidido entre cada golpe que doy para quebrar mi cascarón. Por fin lo logro. Lo logro con estos brazos débiles y tiernos, pálidos por la carencia de luz solar directa que ahora recibo. Abro los ojos de súbito y me arden al principio, luego mi vista se acostumbra a los colores nítidos del exterior. Es hermoso. Tan hermoso que se me saltan las lágrimas de inmediato y dejo de sentir una presión en el pecho. La anhelo. Anhelo esa libertad que se extiende frente a mí con tantas fuerzas que rivalizan con mi antiguo deseo de permanecer para siempre en un huevo.


A partir de ahora comienza la prueba más difícil de mi vida hasta ahora. Debo arrastrarme como pueda hasta el océano antes de que los hombres, las aves, y otras criaturas vengan por mí y me devoren. A mi lado yacen los cuerpos de algunos hermanos que no lo lograron, los caparazones vacíos o quebrados, asaltados por los hombres codiciosos. Otros más desdichados fueron llevados por los aires entre las garras y los picos de las aves. Los más afortunados han comenzado su camino al mar mucho antes que yo, con decisión y seguridad. Muchos permanecen paralizados como yo, lo que me conduce a la conclusión de que está bien sentirse confundido porque otros también lo están. Agito mi cabeza intentando espabilarme. Está bien tener miedo porque otros también lo sienten. Y está bien avanzar sin miedo hacia lo desconocido porque otros también lo hacen.


Con esos pensamientos en mi cabeza me arrastro con desesperación entre los peligros y la arena con esta aleta defectuosa. Avanzo más lento que los demás pero no me importa. A mi lado muchos hermanos nunca llegan y otros abrazan por primera vez una ola cargada de sal y espuma. Madre me dijo que cuando una ola chocara contra mí podía dejar de esforzarme tanto, dejaría de sufrir. La primera vez que lo mencionó pensé que se refería a que abrazara mi muerte y aceptara el hecho de que somos criaturas finitas e inconstantes. No obstante, cuando sentí esa ola devorar mi cuerpo, comprendí las palabras del ser que me arrojó a este mundo. La fuerza de la naturaleza es de tal magnitud que uno apenas tiene tiempo de aprender a defenderse y el instinto decide el resto. Por lo menos para nosotras, las tortugas, la vida funciona de esta manera.


El océano me jala con intensidad a sus adentros y después de girar sobre mí mismo varias veces a causa del violento oleaje, me siento liviano y cálido en un una habitación azul gigantesca. El mundo dentro del cascarón era hermoso y perfecto pero existen mundos más perfectos afuera. Lo había logrado. Con todo y mi aleta mala crucé un campo minado de hombres y aves y sobreviví. Fue la primera vez que entendí a mi madre y su deseo ferviente por explicarme la dinámica de este lugar. Seguramente ella también fue abandonada, se arrastró desesperada y recibió con calidez y alivio el comienzo de su vida aquí.


En este océano aún no sé lo que me espera pero he decidido no mortificarme más por esas cosas. Lo que deba pasarme ocurrirá sin dilación a su momento y sólo debo ser capaz de sobreponerme a la dificultad. Aunque múltiples hermanos aparecen frente a mí, pequeños e indefensos, están unidos. De repente me embarga un sentimiento de nostalgia por mi madre y me pregunto si habrá podido volver aquí. Si, contra todo pronóstico, logró escapar de las garras de algún pescador y se encuentra a salvo. Habría sido maravilloso nadar aquí con ella y con mi padre, con el padre de mi padre y también su madre. Pero comprendí demasiado tarde que nosotros somos las criaturas más solitarias en este mar azul.


Aunque las mire agruparse, el resto de las tortugas eventualmente van a continuar su camino y me dejarán atrás. A pesar de mi longevidad sé muy bien que podría morir mañana o pasado. Continúo en peligro constante mientras aún sea una cría. Pero si crezco y me vuelvo fuerte ¿a dónde volveré? Si mi aleta sana y nado más deprisa ¿hacia dónde iré? Y si mis sentidos se aclimatan y se agudizan en este ambiente para resistir en este mundo por cientos de años ¿para quién viviré?


Olvidé preguntarle a madre todas estas cosas y me embarga la tristeza una vez más. El océano está más calmo que de costumbre y también lo está mi corazón. Sin importar el tiempo que me quede en este mundo, buscaré las respuestas poco a poco. Sonrío pensando que jamás me había sentido tan perdido pero sin duda todos estamos así. Emprendo mi camino siguiendo al gigante azul que distingo en la distancia. Su larga aleta se balancea de arriba a abajo con pesada languidez. Es varias miles de toneladas más robusta que yo, más poderosa que yo. Decido que es buena idea conseguirse a alguien grande y fuerte cuando estás tan solo y débil y me subo a su lomo. No me rechaza, tampoco me dice nada. Tan sólo necesito apoyarme en alguien para obtener valor. Me aferro a su espalda y recuesto mi cabeza sobre su cálido y resbaloso lomo.


Aún no sé muy bien hacia dónde dirigirme pero ya no tengo miedo. Cierro los ojos mientras la ballena continúa su camino cantando su canción. Apenas he comenzado a vivir pero su melodía me arrulla y no puedo evitar que todo se torne brumoso alrededor. Probablemente esta no sea la idea más sensata pero me dejo llevar. Un profundo sueño me envuelve en el lomo de la ballena.


La ballena se transforma en dios. Justo antes de perder la conciencia recuerdo al cascarón, a mi cascarón. Ese mundo seguro y oval era yo. Y ese mundo roto y vacío que dejé atrás también lo era. Una lágrima amenaza con resbalar por mi rostro al sentir que me he abandonado a mí mismo en distintas ocasiones, de diferentes formas. A su vez me doy cuenta que todos estos episodios de soledad continuarán mientras yo siga existiendo, sin poder evitarlos. Quién sabe cuántas transformaciones sufriré en el proceso; romper con el pasado es doloroso. Dios ballena es consciente de la turbulencia en mi alma y me sonríe comprensivo ante mi mortificación, me cobija bajo su aleta como si yo fuera su hijo.


- Llora, tortuga, llora. Está bien sufrir y ser feliz, y luego volver a sufrir. No te contengas y grita cuando quieras gritar, ama cuando tengas que amar, equivócate. Piérdete a ti mismo y reencuéntrate las veces que sean necesarias. Rompe este mundo y construye otro, el que más te guste.- al escucharle decir eso ya no puedo soportarlo más y doy rienda suelta a mis sentimientos. Qué tristeza da despedirse de lo que era uno, ballena, pero qué felicidad provoca el volver a nacer.


FIN



"El huevo es el mundo", por Citlali Garduño (2021)







 
 
 

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